jueves, 1 de diciembre de 2011

´Soy tímido…lo que pasa es que tengo un trabajo raro`

El actor ‘más cool del mundo’ vuelve con The rum diary. Aquí revela por qué abandonará su amada vida en Europa, su afición por volar en jet privado, y se defiende de quienes le dicen ‘vendido’.





En las semanas previas a esta entrevista, empecé a pensar que debe existir alguna regla que hace ilegal no amar a Johnny Depp. Todo el mundo se derrite con la sola mención de su nombre. Los hombres, incluso, se emocionan más que las mujeres. Keith Richards, Brad Pitt, Marilyn Manson, los hermanos Gallagher, todos lo adoran. Y su estatus también lo consolida la revista GQ, que lo unge ahora como el “actor más cool del mundo”. El director de la película de culto Withnail & I, Bruce Robinson, salió de su retiro para realizar el último largometraje del artista, sólo “porque era para Johnny”; y recientemente el comediante británico Ricky Gervais se deshizo en halagos en The Guardian: “Sus correos electrónicos son poesía. El está hecho de bohemia”.
Me preguntaba qué puede hacer Depp para inspirar todo esto, y nunca pensé que tendría la oportunidad para encontrar la respuesta. La mitología que rodea a Depp lo apunta como uno de los personajes más elusivos de Hollywood. Detesta a los medios, pero después de una larga negociación se abre la puerta a un discreto hotel de Londres y allí está él, fumando cerca de la ventana.

JOHNNY DEPP SE VE COMO UN INTEGRANTE DEL GRUPO BON JOVI. Su camisa está rasgada, sus joyas son numerosas y muy góticas, los lentes son oscuros y los tatuajes lo envuelven como hiedra trepadora. Su voz está a medio camino entre un acento y un gruñido con sorpresivos anglicismos propios de la reina Isabel. A los 48 años, su rostro sigue siendo de una belleza impresionante. El actor ha pasado la mayor parte de su carrera tratando de abdicar a la posición de símbolo sexual de Hollywood, pero, al parecer, no hay nada que pueda hacer ante la tenacidad de su atractivo. Sin embargo, la primera cosa que sale de su boca —una vez que apaga el cigarro— da una idea bastante buena de cómo prefiere ser visto y cómo se ve a sí mismo.
“En Los Angeles la ‘gente linda’ se sienta en Sunset Strip y come en estos restoranes de lujo donde no se puede fumar, pero inhalan todo el humo de los autos que te puedas imaginar”.
Fumar es una metáfora útil para su imagen: renegado, europeo, rudo. Se las arregló para dejar ese vicio por dos años y medio, pese a que tiene que aparecer consumiendo nicotina en casi todas las escenas de su nueva película, The rum diary. Sólo fue en el viaje de regreso de la cinta que la nicotina lo reclamó de vuelta. “Le dije a Bruce Robinson: Ya, enciende uno. Estábamos en el avión y le insistí”. Ante mi cara de duda, explica: “Bueno, se trataba de un avión privado. En esos se puede fumar. Algo que lo convierte en un hábito muy caro”.






 DESDE QUE SE TRANSFORMÓ EN UN ÍDOLO TEEN en la década de los ochenta gracias a la serie 21 Jump Street, ha estado en guerra con su propia fama. Actor por accidente —él quería ser estrella de rock— se pasó la mayor parte de los ’80 y ’90 borracho, saliendo con Winona Ryder y Kate Moss, peleando con los fotógrafos y generando más de esa publicidad que él encontraba tan opresiva. La seguidilla de papeles oscuros o raros —El joven manos de tijeras, Ed Wood, Don Juan De Marco— podía sacarlo de las columnas de chismes. “A ninguna de esas películas les fue bien en la taquilla, pero igual tenía a los paparazzi persiguiéndome. Nunca fui capaz de lidiar con ellos. Así que me automedicaba —su forma de hablar de alcohol y drogas—; era sólo para ser capaz de soportarlo”.

Esa estrategia se prolongó hasta la llegada de su hija Lily-Rose, en 1999, quien nació de su relación con la actriz y cantante francesa Vanessa Paradis (38). A ella le da el crédito por su cambio y hasta de haberle salvado la vida. La pareja —que se retiró a sus casas en París, Bahamas y al sur de Francia— luego tuvo un hijo, Jack, que hoy tiene nueve años. Los artistas se dedicaron a una vida familiar, al cultivo de hortalizas y a cuidar sus viñedos. Suena idílico, pero no lo es tanto. “Yo no salgo. A ningún lado. No salgo de la casa”, afirma.

—Es extraña una profesión donde el premio para el éxito es el arresto domiciliario, ¿no?
—Es una oportunidad privilegiada la que se me ha dado. Los beneficios son, sin duda, muy buenos. Pero hay una transacción, como con cualquier cosa. Alguien siempre te va a llevar la cuenta.
Depp podría haber recuperado parte de su libertad, de no ser por una decisión que tomó hace casi diez años: sumarse a Piratas del Caribe, que no sólo le reportó su primera nominación al Oscar en 2004, sino que lo convirtió en la estrella de cine mejor pagada de todos los tiempos (sólo entre junio de 2009 y junio de 2010 ganó 75 millones de dólares).

—¿Pensó lo que ese rol le haría a su carrera?
—En realidad no. Piratas fue un filme que rodé como cualquier otro.
—¿Mirándolo desde ahora, lo hubiera pensado dos veces antes de tomar ese papel?
—No cambiaría nada, porque creo que me sumé a ese trabajo inocentemente y se convirtió en lo que fue. Y ahora me critican. Apenas hice Piratas II dijeron: Ah, se está vendiendo. ¿Qué coño significa eso, “vendiendo”? ¿Si hiciera Ed Wood II, eso sería venderse? No busqué convertirme en “el chico de la franquicia”, para nada. Sólo me apegué a un personaje que me encantó.
The rum diary, su última película, está basada en una novela inédita que Depp encontró en el sótano de Thompson en los años ’90.
El Thompson viejo y aturdido por el LSD que el artista interpretó en Pánico y locura en Las Vegas fue anárquico, divertido e inteligente. Mientras que su encarnación más joven en Kemp resulta ingenua: “¿Sabías que Hunter tipeó entero El Gran Gatsby a máquina? Vio cada página que Fitzgerald escribió y la copió. El libro entero. Y más de una vez. Lo hizo porque quería saber qué se siente al escribir una obra maestra. Era tan inocente y entusiasta”. Después que Thompson vio Pánico y locura en Las Vegas, Depp estaba hecho un manojo de nervios y lo llamó para preguntarle si odiaba la cinta. “Dios, no”, le dijo Thompson y siguió: “Fue como un inquietante llamado de trompeta en una batalla perdida”. El actor se muestra emocionado y señala: “Cuando esas palabras salieron de su boca pensé: Joder, ¡qué bella frase!”. La repite lentamente, con amor: “Un inquietante llamado de trompeta en una batalla perdida”.
Creo que la propia inocencia de Depp —expresada como indiscriminada adoración por aquellos a quienes admira— es a lo que los hombres responden, a un ideal colectivo. Cosa extraña. Es un entusiasta: le encanta Withnail & I, The Fast Show, Jack Kerouac, el periodismo gonzo (vivencial), los licores fuertes, el buen vino y las guitarras de rock.
Los primeros reportes de taquilla de The rum diary no sugieren una abultada recaudación, pero él asegura que no le importa nada el dinero, pese a que la película es la primera apuesta de su productora. La cinta es su homenaje a Thompson, quien falleció en 2005.

—¿Sospecha que le irá mejor en Europa que en Estados Unidos?
—Definitivamente. Me imagino que será así porque es una película inteligente —deja una pausa con obvio significado—. Muchas veces, fuera de las grandes ciudades de EE.UU. no quieren ese tipo de filmes.
—¿Hay algo que no le guste de Europa?
—(Piensa por un buen rato) No, no hay nada que se me pueda ocurrir. Es una cultura muy antigua y hermosa, la gente sabe cómo vivir.



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